LA CLAVE MARIANA EN LA VIVENCIA CRISTIANA DEL SERVICIO

Per Antonio Escudero

  • LA IDENTIFICACIÓN PERSONAL CON EL SERVICIO

En la exhortación Evangelii gaudium el Papa Francisco propone la figura de María llegando a la conclusión de su enseñanza sobre el anuncio del Evangelio y afirma que la madre de Jesús «se dejó conducir por el Espíritu, en un itinerario de fe, hacia un destino de servicio y fecundidad». Observa entonces el papa que «hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia» (EG 288).

El dinamismo cristiano del servicio tiene una manifestación singular en la experiencia de la madre de Jesús, que proclama la realidad vivida del gesto benevolente de Dios a su favor, habiéndose fijado en la humildad de la sierva y llevándola al horizonte de un futuro inagotable de felicidad compartida. La prontitud extraordinaria de la mujer creyente y su celebración continua y creciente forman una secuencia característica del acontecimiento cristiano de la bondad de Dios transformada en generosidad humana.

Podemos tomar esta “pista mariana” para acercarnos a la hondura personal en la experiencia de la entrega del servicio.

  • EL DESEO DE SERVIR

La presentación de María en el evangelio de Lucas (Lc 1,26-38) incluye la expresión final de un deseo: «He aquí la sierva del Señor. Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). “Hágase” (γένοιτό) indica un deseo, reforzado incluso con el pronombre “en mí” – μοι – de modo que la propuesta de vida que María ha escuchado se convierte en búsqueda y en pasión, interés primordial, sensación diferente de cualquier forma de imposición. María ofrece la imagen del servicio vivido desde la adhesión cordial y desde el convencimiento pleno. Nada tiene que ver con un acato obligado o algo pasajero.

El deseo de servir se convierte en el principal rasgo de identidad de María, que descubre en lo deseado el mejor motivo de su alegría. La madre de Jesús al decir que para ella no habría otra forma de ser feliz más que poniendo su vida y su ánimo en hacer aquello que el mensajero Gabriel le ha comunicado de parte de Dios, expresa el centro mismo de la vivencia de la caridad evangélica.

De alguna manera el relato del evangelio de Lucas no ha querido dejar caer en el olvido la expectativa de la dicha anunciada por María al recordar más adelante el entusiasmo de la mujer que gritó «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!», y la réplica inmediata de Jesús «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan» (Lc 11, 27-28), mensaje que ya había anticipado cuando su madre se presentó junto con un grupo familiar: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8,21).

La dimensión gozosa que marca todo el recorrido del testimonio evangélico indica el vínculo entre la vivencia humana y la hondura divina, sin sombras de contraposiciones ni distancias. El servicio cristiano acontece en el espacio de salvación que Dios procura, para inaugurar una experiencia, la de la alegría, que se distingue por su calidad excepcional. La felicidad del servicio se aleja de toda confusión con el entusiasmo exagerado. Sobre esta percepción de la alegría, serena y pura, adquiere una potencia propositiva singular la humildad, por su capacidad única de sostener el ánimo humano y afianzarlo en la dicha evangélica

La identidad de la sierva, madre del Señor, tiene así la particularidad de conjugar la dignidad y la sumisión. En la figura de la sierva se reconoce la persona que cuenta con la confianza de Dios para ejecutar su voluntad, pero también se identifica con el colaborador leal, sometido al designio de Dios, ante quien ha de responder de su misión. La servidumbre bíblica indica honor y acatamiento humano, cercanía y reverencia divina.

  • IR AL ENCUENTRO

La vivencia espiritual de María, tan determinada en la voluntad de servir, manifiesta su intensidad en la premura para ir al encuentro del otro. Tras haberse declarado sierva del Señor, la joven mujer de Nazaret corre (Lc 1,39) al encuentro de Isabel, prueba de la confianza en el mensaje del ángel.

María será también la madre atenta que sigue los pasos del hijo, ya pequeño, después adolescente y adulto, para escucharle y comprenderle.

María sale al encuentro de la incertidumbre de José y de la profecía de Simeón. María recibe igualmente a los cercanos pastores y a personajes ilustres que venían de lejos.

Tiene especial sentido el relato de las bodas de Caná, al mencionar la sintonía singular de la madre de Jesús con los sirvientes, llamados en griego διάκονοι “diáconos”: ella les habla con franqueza y ellos la obedecen sin reparos. La comunicación fluye entre ellos sin ninguna dificultad, y esto les lleva a ser los primeros testigos de la transformación del agua en vino.

María encuentra su lugar natural en la comunidad. La compañía de la madre del Señor se da en el momento de la fe (Jn 2,12), del testimonio (Jn 19,25) y de la oración (Hch 1,14). En la vivencia de la comunión los discípulos descubrirán el servicio de la madre, que llega hasta ellos impulsada por el amor, que en definitiva proviene de la misma fuerza del Espíritu que ellos atestiguan.

Pertenece a la experiencia espiritual del servicio la apertura directa y sincera hacia el otro. La exaltación de la sencillez de la sierva se halla en el recorrido que va de lo individual a lo social, y de lo intencional a lo concreto, sin dejar de ser siempre símbolo y testimonio de la gloria de Dios. En la conciencia creyente que refleja el Magnificat todo empieza y termina en Dios, es él y su acción lo que constituye el motivo central del Cántico de María. Dios es la raíz y el destino de la gloria del siervo. No son la Virgen, ni los pobres, ni Israel los protagonistas del himno, sino Dios, grande y maravilloso. Sería pues contradictorio tomar el servicio como forma de afirmación individual.

  • LA LUCIDEZ PARA SERVIR

La existencia de María muestra el valor destacado de la lucidez: la intuición al decidir y la oportunidad de sus palabras. El evangelio de Lucas recuerda la actividad interior de María con los verbos συντηρέω, “guardar”, συμβάλλω, “meditar en el corazón”, διατηρέω, “conservar esmeradamente” (cf. Lc 2,19.51) La actitud de la madre de Jesús es propia de la sabiduría bíblica que conjuga la memoria y la reflexión, la observación y la calma, la escucha y el pensamiento. Se trata de la visión espiritual de las cosas, fundamental e imprescindible en la praxis de la auténtica caridad cristiana. La experiencia espiritual del servicio se distingue por el acierto en dar con lo importante y lo urgente en cada momento, que concierne siempre al verdadero bien de las personas.

Es fácil reconocer la afinidad entre el discurso de las bienaventuranzas y el cántico del Magnificat, tomado éste como la anticipación materna de la predicación del Hijo. Ante la hondura de las palabras del Magnificat es necesario desistir de toda interpretación superficial del testimonio mariano del evangelio, para reconocer en cambio ahí el ánimo espiritual de la madre del Señor, la experiencia de salvación y la actualidad del mensaje. María expresa los sentimientos más profundos de la oración: alabanza a Dios, gratitud, fe, confianza, humildad (pobreza bíblica), reconocimiento de la misericordia de Dios, unión con toda la humanidad y con toda la historia de la salvación.

El discípulo de Cristo descubre en la madre de Dios la confirmación del mensaje del Hijo, al enseñar que al rebajarse sigue la exaltación, a la humillación, el triunfo; correspondiendo al modo de obrar de Dios, que dispersa a los soberbios y exalta a los humildes (cf. Lc 1,51-52). Al participar de la experiencia de fe de la madre del Señor el cristiano da prueba de la expansión de la bienaventuranza de la mansedumbre con el servicio fraterno, y se convierte asimismo en testigo de la Palabra inequívoca sobre el auténtico ensalzamiento humano que no depende de la suma de resultados sociales ni de una campaña de publicidad.

Las palabras de la humilde sierva del Señor han resonado en los dolores y las esperanzas de los pobres y de los perseguidos de la Iglesia primitiva, como también se renuevan con la misma intensidad actualmente por parte de los sencillos miembros del Pueblo de Dios, que recitan el cántico mariano.

  • HONDURA HUMANA DEL SERVICIO

Me permito añadir tres aspectos que han ido apareciendo a lo largo de estas reflexiones.

La espiritualidad del servicio se afirma desde la corporeidad humana. El cuerpo envía constantemente de forma inmediata e inequívoca el mensaje de nuestros límites como de nuestras capacidades. El cuerpo se ofrece como posibilidad de comunicación y de entrega, como declaró de María aquella mujer en medio del camino de Jesús hacia Jerusalén (cf. Lc 11,27). El servicio debe al cuerpo su sentido de lo concreto, de la relación y de lo simbólico, para rescatar el compromiso cristiano de toda representación intimista y llevarlo al terreno del encuentro personal y del camino compartido. No exagera Jürgen Moltmann al decir que la corporeidad de la persona humana es el culmen de todas las obras de Dios.

Negar o simplemente descuidar la corporeidad llevaría irremediablemente a ahuecar el valor del servicio, hasta hacerlo inconsistente y banal. En el cristianismo siempre se ha dado la necesidad de alejarlo de los espiritualismos que ignoran la realidad humana, con cierto aire de superioridad unido al rigorismo ético y al intelectualismo, que se convierten en los rasgos distintivos de la degradación de una religiosidad lejana de la fe.

La vivencia espiritual del servicio renueva toda su estima del cuerpo, recibido como don y ofrecido con la promesa de la resurrección. La doctrina bíblica de la creación y el mensaje pascual de la vida sustentan la conciencia sincera de la gratitud, para que la persona se reconozca en el espacio de la relación con Dios y con el prójimo.

Es urgente además pensar y presentar el servicio de la Iglesia y del cristiano como expresión de libertad. La afirmación de la libertad no se sostiene en términos puramente negativos de una existencia sin condiciones, ni proyectos, ni compromisos, ni vínculos. El camino de la fe asume las ataduras propias del servicio, con el sentido de la escucha y del respeto, y distante del ánimo orgulloso que hace del propio trabajo motivo de presunción o de dominio. La libertad del Espíritu está en la decisión de la persona, con la adhesión consciente y la identificación con el estilo de vida que se convierte en camino de santidad.

El sentido de la libertad tiene la magnitud religiosa en el creyente al aceptar que su existencia proviene de Dios. Sobre esta visión se entiende la conjunción que se presenta en la mansedumbre que tiene poco en común con la pretensión de una libertad desvinculada y en cambio pone las bases de una humildad libre y una libertad humilde, como se distingue en el testimonio evangélico de la madre del Señor. El planteamiento que separa la libertad de su relación constitutiva con Dios, con gran dificultad evita la soberbia del sujeto que necesita poner su fundamento en sí mismo, sin otra perspectiva que la de afirmarse por encima de todo.

Por último el servicio y la exaltación del ánimo humilde de la fe se distinguen por su potencia de identidad que el cántico del Magnificat expresa con tanta lucidez. El recorrido espiritual de la caridad ofrece a la persona la salida del encerramiento en el ego. El dinamismo cristiano del servicio podrá unir la continuidad del sujeto y la novedad de la apertura. La síntesis espiritual se va configurando en los múltiples procesos de colaboración, de comprensión y de amistad, inimaginables en el presupuesto de la autosuficiencia.

Frente a la amenaza del desaliento que acecha en la conciencia humana, el camino consiste entonces en la apertura del corazón, pues la identidad servicial y la felicidad sincera van unidas, como proclama la bienaventuranza del evangelio y atestigua la madre de Jesús.

Antonio Escudero

 

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